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Un testimonio de caridad Eduardo Martínez Benavente Febrero 25, 2007.
La presea “Plan de San Luis” para la maestra Magdalena Derbez Blanc
Es un honor convivir en una comunidad con personas que de una manera discreta y ejemplar están entregadas al servicio de los más desprotegidos, a través de la ejecución cotidiana de obras de caridad. Caridad, en este caso, debemos entenderla desde la perspectiva cristiana como la virtud de amar al prójimo como a uno mismo. Se trata de ciudadanos plenamente convencidos de su trabajo o misión, que dedican su tiempo, salud, esfuerzo y hasta su patrimonio para atender a otros menos afortunados y más vulnerables que muchos de nosotros. Si no fuera por su labor, seguramente las tensiones se desbordarían peligrosamente en una sociedad tan egoísta como la nuestra, hasta alcanzar niveles de violencia e inseguridad insospechables. En San Luis Potosí funciona la “Casa de la Caridad Cristiana”, ubicada provisionalmente a un costado de la Iglesia de San Juan de Guadalupe, sobre la avenida Himno Nacional, probablemente se trate de la obra más encomiable de la Iglesia Católica potosina, que atiende desde febrero de 2002 la maestra Magdalena Derbez Blanc, dentro de las acciones que administra la asociación denominada “Caritas”. Esta casa brinda asistencia humanitaria a miles de emigrantes centroamericanos que se han visto obligados por causa de la pobreza a abandonar su país, y que la geografía los obliga a cruzar nuestro territorio para alcanzar su destino final: algún lugar más allá de nuestra frontera norte. Es una residencia en la que sus huéspedes únicamente pueden permanecer 24 horas para reponerse, comunicarse con sus familias y continuar su marcha. Un sitio de inmunidad en el que ni la policía, ni las autoridades migratorias, ni los polleros ni nadie los molesta. Un espacio seguro que recibió a más de 24 mil indocumentados durante el 2006, la gran mayoría hondureños muy jóvenes, muchos de ellos mujeres, a los que se les proporciona sin ningún costo: comida, vestido, atención médica y espiritual a los que la quieran recibir, asesoría jurídica y un lugar donde dormir que comparten hacinados en unas cuantas habitaciones. No recibe ningún tipo de apoyo económico del gobierno estatal o municipal. Subsiste con los donativos de particulares y el trabajo de laicos voluntarios que no cobran por sus servicios. Los encargados de la seguridad pública del Estado seguramente han valorado los servicios que presta esta institución a los potosinos, pues se ha convertido en un instrumento muy efectivo para prevenir la comisión de delitos, ante la realidad innegable de la miseria y desesperación de los desplazados; si no funcionara un refugio que los albergara, es seguro que andarían deambulando por nuestras calles y muchos de ellos obligados a delinquir para sobrevivir. Sin haberlo convenido, pero dentro de los valores entendidos que regulan muchas de nuestras conductas, las autoridades mexicanas toleran estas acciones que parecerían constitutivas de algún delito por hospedar y proteger a ilegales; a tal grado que el gobierno mexicano entrega reconocimientos a quienes dan asistencia a emigrantes centroamericanos: Vicente Fox a la chiapaneca Olga Sánchez Martínez en 2005, y Felipe Calderón al padre Lorenzo Fonseca Rigoni en 2006. México no ha podido suscribir un convenio migratorio conveniente para los intereses de los millones de ciudadanos que se ven obligados a emigrar al norte del continente en busca de trabajos mejor remunerados, y tiene un doble discurso ante el fenómeno de la migración; los paisanos son victimas en Estados Unidos de la explotación laboral y violaciones a sus derechos humanos; mientras que en el territorio nacional el gobierno no contribuye con las herramientas necesarias para que se respeten los derechos de los centroamericanos. Podríamos decir que como los tratamos nos tratarán. Estoy seguro que muchos mexicanos se sienten identificados y reconocidos en los rostros y tragedias de los centroamericanos. Bien dice José Luis Soberanes, Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que México es la ruta del dolor, y quienes transitan por ella son victimas de abusos generalizados. Las redadas y deportaciones de los indocumentados que se introducen ilegalmente en nuestro país, son la cuota de compromisos que se tiene que pagar al gobierno americano para contribuir con su política de disuasión al creciente flujo de braceros. No hay que olvidar que su objetivo es ingresar a Estados Unidos; y no quedarse en nuestro territorio. Para recibir salarios de hambre, mejor se quedan en sus lugares de origen. Son finalmente juegos y apariencias porque de aquel lado demandan su mano de obra barata y callada, y los dejan pasar por montones. La maestra Magdalena Derbez Blanc es reconocida por muchos potosinos como una destacada activista en la asistencia en favor de enfermos, niños de la calle, ancianos, prostitutas, alcohólicos, drogadictos, presos e inmigrantes. Tales actividades las ha desarrollado de manera altruista, movida por un personal compromiso inspirado en sus convicciones humanitarias desde distintos espacios y organizaciones. Actualmente atiende de tiempo completo la “Casa de la Caridad Cristiana” que recibe generosamente a miles de centroamericanos en un país que permite sin reservas el libre tránsito de mercancías y dinero, pero prohíbe y castiga el libre desplazamiento de las personas a las que se les niega una visa. Es por ello que consideramos pertinente que, en ocasión de la convocatoria del Congreso del Estado para otorgar la “Presea Plan de San Luis 2006”, se reconozcan las aportaciones que a la sociedad potosina ha realizado la maestra Derbez con su trabajo a favor de los sectores sociales más vulnerables de nuestro Estado y de otras latitudes, particularmente por su actividad a favor de los emigrantes, y que por sus méritos personales se le premie con nuestra máxima distinción ciudadana.
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