A PROPÓSITO DEL PADRE CÓRDOBA
Tampoco tengo pruebas para asegurar que el conocido e influyente sacerdote Eduardo Córdoba Bautista es un pederasta clerical, si acaso podemos decir de él que es un indiciado, o un presunto delincuente al que se le señalan conductas deshonestas, y que la Santa Sede, después de 10 años parece que no ha definido su situación jurídica. Los recursos e instancias para dilatar una sentencia definitiva en Roma son muy parecidos a la tortuosidad de nuestros procedimientos penales. Todavía no sabemos si el padre Córdoba es culpable o inocente, no obstante las denuncias que pesan sobre su persona y que el arzobispo Carlos Cabrero Romero reconoció que existen en la entrevista que publicó «Pulso» el 11 de abril.
En el audio se puede escuchar la voz titubeante del prelado, esquivo a sabiendas de que cualquier palabra de más podría transgredir las fronteras de la versión oficial. Sin apuntes y a veces contradictorio, pues en una parte de la entrevista reconoce que la Iglesia no se ha pronunciado, sin cuidar que más adelante afirma que «se dio una sentencia pero no fue una sentencia para quitar el derecho al ejercicio ministerial». Probablemente quiso decir que no ha sido expulsado del estado clerical, que es la pena con la que la Iglesia, según el canon 1395-2 del Código Canónico, sanciona a los clérigos que infringen el sexto mandamiento del Decálogo, cuando ese delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido 16 años. Sin estos agravantes la falta sólo sería un pecado, más no un delito.
En dos ocasiones ha insistido el superior eclesiástico que los procesos de formación en los seminarios deben ser más exigentes y estar muy atentos a que los alumnos «no lleguen con determinados problemas de una vida media conflictiva…» Y que «quien no pueda, que deje el ministerio o no entre al Seminario, Tal vez falló. Todo viene desde muy atrás, tal vez de origen familiar». El canon 241-1 del mismo Código impone a los obispos la obligación de admitir en los seminarios sólo a «aquellos que, atendiendo a sus dotes humanas y morales, espirituales e intelectuales, a su salud física y a su equilibrio psíquico y a su recta intención, sean considerados capaces de dedicarse a los sagrados ministerios de manera perpetua». Para muchos potosinos no es un secreto las tragedias familiares que han consternado la vida del ex abogado de la arquidiócesis. Puede ser que a esos antecedentes se haya referido el señor arzobispo.
Hay que reconocerle a don Carlos que en esa entrevista tuvo el valor de enfrentar a la prensa y admitir el problema por demás penoso y amargo. Cualquier otro se hubiera quedado callado esperando que el tiempo borrara el escándalo; pero en ese momento prefirió salir al quite de su vocero, el presbítero Juan Jesús Priego, quien torpemente negó los hechos y trató de descalificar al denunciante, el ex sacerdote Alberto Athié y a la periodista Carmen Aristegui, que le dio el espacio en su programa, a quienes conceptuó como «resentido» y «sensacionalista», respectivamente; rematando que juntos hacían un buen coctel.
Sin embargo, el 14 de abril, en uno de los diarios de mayor circulación del estado, declaraba el arzobispo que «El Vaticano desconoce el caso del Padre Córdoba…» y agregaba que sólo ha recibido quejas de dos matrimonios que lo acusan, pero que no le llevaron pruebas ni cuentan con ellas. Que ha platicado con el Padre, quien le asegura tener la conciencia tranquila y que está en espera de que se aclare el problema lo más pronto posible, pues se dijo inocente de toda culpa. Bastaron tres días para que le diera un giro totalmente distinto a la situación que enfrenta el Padre Córdoba. Athié asegura que son más de 100 los menores afectados. Es muy difícil para la Iglesia admitir lo que está sucediendo, como reconoció Benedicto XVI en su carta a los obispos irlandeses: «Tardamos en creer». Había denuncias, pero no le crían a las víctimas
No me imagino que entre los «grupos de papás» que reconoce el arzobispo potosino que se le han acercado para denunciar los abusos que sufrieron sus hijos pudiera existir una confabulación con el propósito de incriminar y arruinar la reputación del Padre Córdoba si no estuvieran ciertos de la versión de sus vástagos. No concibo que pudieran ser capaces de cometer tal vileza acusando a un inocente. También entiendo que no hayan denunciado los abusos sexuales ante las autoridades civiles porque seguramente consideran que no son confiables ni efectivas. Por otra parte me sorprende que ninguna presunta víctima o sus familiares hayan armado un escándalo reclamándole públicamente su proceder en alguna de las miles de ceremonias que ha oficiado durante todos estos años. Narra Séneca que los sirvientes del Circo Romano encontraron un método para irritar a las bestias poco antes de enviarlas arriba desde los subterráneos de la arena, pues asustadas por la algarabía de los espectadores, enfermas o debilitadas por una prolongada cautividad se negaban a salir de sus jaulas. Para ponerlas feroces se mostraban ante ellas en el último momento atormentando a sus crías. Y así la naturaleza feroz de los animales se animaba y el amor hacia sus cachorros las hacía del todo indomables y las empujaba como enloquecidas contra las lanzas de los cazadores y los cuerpos de los mártires cristianos.
Puede ser que las primeras quejas que presentaron los padres agraviados hayan sido desestimadas por las autoridades eclesiásticas y que el sacerdote inculpado las negara rotundamente; pero si el modo de operar del presunto delincuente hubiera sido el mismo o muy parecido en todos los casos que conocían, así como las circunstancias en las que se producían las agresiones, entonces no habrían tenido más remedio que aceptarlas como válidas y turnar el expediente a Roma para que lo sancionaran, independientemente de que el arzobispo, que inicialmente conoció el caso, lo suspendiera de inmediato.