La marca de la casa
Por Eduardo Martínez Benavente
A ningún gobierno se le ocurriría alentar un atronador escándalo de corrupción en el que estuviera implicado el presidente de la República -como se puede deducir del comunicado oficial de la revocación de la licitación de la obra del tren México-Querétaro- cuando el país se está incendiando, y menos cuando se inicia un proceso electoral en el que se busca afanosamente que el partido en el poder y sus satélites ocupen la mayoría de los escaños en la Cámara de Diputados; salvo que se tratara de una estrategia de distracción perfectamente armada y calculada para desviar la atención de algún problema sumamente grave que pareciera no tener otra solución, como es la indignación y movilización ciudadana y críticas de la prensa internacional ante la masacre de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa que se suma a la escalofriante ejecución de 22 presuntos delincuentes cometida por miembros de las fuerzas armadas en Atlatlaya. Los efectos del descrédito que vive el país por estas graves violaciones a los derechos humanos y por las denuncias de corrupción que se acumulan son incalculables. Los daños a la economía no tardarán en verse reflejados con más desempleo e inseguridad, y hasta con una inevitable devaluación del peso y fuga de capitales. Pero lo peor de todo es que no se vislumbran soluciones ni liderazgos que puedan moderar el hartazgo y desconfianza de la sociedad a sus autoridades. Ni siquiera la renuncia de Peña Nieto a la presidencia de la República sería suficiente para remediar tantos males.
Es muy probable que los servicios de inteligencia del gobierno federal hayan interceptado las comunicaciones del equipo de colaboradores de la periodista Carmen Aristegui y hayan advertido la bomba informativa que hace ocho días compartió con SinEmbargo y Proceso y que hizo tambalear al gobierno de Peña Nieto por la agraviante adquisición de una residencia propiedad de su esposa que reporta un valor inalcanzable a los ingresos de la pareja presidencial; y que parece no tener otra explicación que el pago de favores que hace una constructora al titular del Poder Ejecutivo por los contratos millonarios de obra pública con los que se ha visto favorecido desde hace varios años y que hasta hace unos días formaba parte del grupo de sociedades al que se le adjudicó la construcción del tren rápido México-Querétaro. La obra más importante y onerosa del sexenio que abortó el presidente 48 horas antes de que se difundiera el reportaje, sin justificación legal alguna, y sin que ninguno de los otros 16 ofertantes protestara, quienes previamente se habían retirado del concurso cuando se dieron cuenta del engaño.
Creo que habría tenido un costo político mucho menor para el gobierno de Peña Nieto si hubiera aguantado las críticas por la participación de ésta y de la otra constructora propiedad del cuñado de Carlos Salinas de Gortari, que formaban parte del selecto grupo de empresas que ganó la licitación y que lidera una paraestatal del gobierno chino, en lugar de revocar abruptamente el fallo de la licitación con el peregrino argumento de la falta de transparencia y acusaciones de favoritismo que la investigación periodística confirmó más tarde. Como si en México no fuera una práctica común y corriente hacerse de estos contratos a través de actos de corrupción. Ahora los chinos alegan que cumplieron estrictamente con los requisitos de la convocatoria por lo que el gobierno mexicano se verá obligado a cubrirles una indemnización por cientos de millones de pesos por concepto de daños y perjuicios; independientemente de la desconfianza que despierta entre los inversionistas extranjeros que un gobierno tome una decisión arbitraria que pueda afectar sus intereses.
La primera dama había desempeñado un papel discreto en la escena público. Muy diferente al protagonismo y escándalos que caracterizaron a su antecesora. Sin embargo, la banalidad de sus entrevistas y fotografías publicadas en la revista ¡Hola! dieron materia para que el equipo de Carmen Aristegui investigara la mansión que presumía. Es imperdonable que los asesores de la presidencia no hayan advertido el peligro al que se exponía la figura presidencial con sus desplantes principescos en un país con millones de miserables y en un inmueble que ni remotamente corresponde a su economía. El que tiene capacidad para adquirir un palacete valuado en 86 millones de pesos debe contar con otros activos muy superiores a esa cifra para poder moverse dentro de círculo social al que creen pertenecer. La única manera como podría justificar el origen de su riqueza sería presentando las declaraciones fiscales de sus ingresos y egresos de los últimos 15 o 20 años, lo que le serviría también para que no se le acuse de evasión fiscal; y esto es imposible porque una actriz de Televisa que viene de una familia de clase media, en su momento estelar recibe una contraprestación anual de unos dos o tres millones de pesos. Es importante señalar que Peña Nieto omitió declarar ésta y otras propiedades de su mujer a la Secretaría de la Función Pública que debía haber incluido en su declaración patrimonial sin importar que existiera un saldo insoluto con la parte vendedora y no se hubiera formalizado la escritura definitiva de compra venta.
El artículo 2 de la Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos dispone que las dependencias e instituciones públicas están obligadas a proporcionar la información fiscal, inmobiliaria o de cualquier otro tipo, relacionada con los servidores públicos, sus cónyuges, concubinas o concubinarios y dependientes económicos directos con la finalidad de que la autoridad verifique la evolución de su patrimonio. Peña Nieto tenía que haber presentado el inventario y avalúo de todos esos bienes y no lo hizo. El escándalo internacional que se ha originado con motivo de la adquisición de «La Casa Blanca» es devastador para la imagen del mandatario y su esposa porque las críticas se han difundido sin miramientos en las redes sociales y, en donde más les duele, en los diarios y noticieros de mayor prestigio del mundo. No he leído un sólo comentario que los redima y para nuestra desgracia tendremos que seguir sufriendo las consecuencias de un presidente hueco producto de una campaña publicitaria que está hundiendo al país.