A la memoria de un luchador
Por Eduardo Martínez Benavente
Quiero reconocer la buena disposición del rector Manuel Fermín Villar por permitir que un evento de esta naturaleza se celebre en el patio central del edificio más emblemático de esta casa de estudios. No es común que la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, a la que algunos consideramos monacal, sin compromiso social y plataforma de lanzamiento desde la que sus directivos se postulan para ocupar cargos de elección popular por el Partido Revolucionario Institucional, abra sus puertas de par en par para homenajear a un destacado opositor al gobierno. En esta ocasión para conmemorar el primer centenario del nacimiento del doctor Salvador Nava Martínez, ilustre universitario, ex director de la Facultad de Medicina, líder incuestionable, que conjuntamente con su hermano Manuel, ex rector de la Universidad y muchos otros maestros y alumnos gestaron en este sitio un movimiento de resistencia y dignidad que lleva su apellido para luchar en contra del cacicazgo de Gonzalo N. Santos, en una época en la que no se toleraban disidencias ni críticas. Aquí emprendió la lucha por lo que sería su principal motivación política: instaurar la democracia que conlleva la justicia y libertad de las personas.
La mayoría de los jóvenes potosinos no saben quién fue el doctor Salvador Nava Martínez. Vemos con tristeza que su nombre a lo único que les suena es a la denominación de una fatídica avenida, la más peligrosa de la ciudad, en la que ocurren cientos de accidentes al año; pero desconocen por completo su vida y obra; por eso, en el centenario de su nacimiento, los que nos identificamos con su movimiento civilista sentimos la necesidad de dar a conocer la semblanza de un hombre excepcional y recordarlo con todos aquellos que lo conocieron. Se trata de un potosino íntegro que cimbró a la sociedad en diferentes etapas de nuestra historia. Desde luego que son insuficientes estos cuantos renglones para proyectar la dimensión de Nava, pero bien podemos dar unas pinceladas de algunos aspectos destacados de su vida.
Fue un hombre honesto y honrado desde el punto de vista político y personal. Un dirigente carismático con un liderazgo que electrizaba a las multitudes que lo escuchaban y obedecían sin cuestionamientos y con un asombroso poder de convocatoria. No fue un orador de gritos ni discursos escritos. Poco le importaba su calidad discursiva y el orden y planteamiento de sus ideas. Fue un incendiario que prendió conciencias, Sabía escuchar y respetar a sus críticos. Atendía al dictado de su conciencia de su perspectiva de la vida y de su amor por un pueblo que también lo amó. El empeño y sacrificio de Salvador Nava no se fincó en la consecución de beneficios personales, sino en su vocación de servicio. No sucumbió al espejismo del poder ni a las amenazas de los poderosos. Alguna vez se le privó de su libertad física, pero jamás de su dignidad y libertad interior. Recuerdo el esfuerzo económico que tuvo que realizar para pagar con su peculio hasta el último centavo de lo que se quedó a deber con motivo de su campaña electoral. No había financiamiento público.
Tenía el don de congregar a su alrededor a personas de las más distintas ideologías y filiaciones políticas que creían que el doctor comulgaba con sus ideas. Los de izquierda sentían en él a su más valioso representante que atendería preferentemente el rezago social. El trato cordial que prestaba a la gente humilde era verdadero, no era simulado. Como médico de obreros y asalariados se le había forjado un carácter que le permitió un trato amable para con la gente pobre que le pagaba por sus servicios lo que podía. Los de derecha y algunos empresarios que lo apoyaron creían que Nava era garantía de orden, decencia y progreso; y que protegería sus intereses. En 1958 integró su cabildo y equipo de trabajo con comunistas, sinarquistas, panistas y desde luego navistas que habían participado en su campaña por la presidencia municipal. En esa ocasión participó como candidato independiente, su nombre no aparecía en las boletas, por lo que se entregaron a sus seguidores engomados que debían adherir a la papeleta. Durante su administración fue la primera vez que oímos hablar de transparencia porque todos los días informaba de los movimientos del gasto público del Ayuntamiento.
Para algunos que tuvimos la oportunidad de conocer al doctor Nava lo conceptuábamos como un socialdemócrata por defender los valores y principios de esa corriente política como la justicia social, la dignidad humana y la democracia. Estaba convencido de que esos objetivos sólo se lograrían a través de la participación ciudadana. Era pacifista y apartidista; y probablemente agnóstico. Sabía que la violencia genera altos costos y dolor para los ciudadanos, por eso cuando cundió el desencanto con motivo del fraude electoral de 1991, su honestidad personal le impidió lanzarlos a una aventura y los despachó a sus casas en espera de nuevas acciones, todas pacíficas, que lograron que Fausto Zapata renunciara a la gubernatura.
En las elecciones del 91, el padre Darío Pedroza, vocero del arzobispado potosino y otros 26 sacerdotes se pronunciaron en un desplegado en el que conociendo las cifras y observaciones de organizaciones independientes que consideraban fidedignas, condenaban el resultado pues las anomalías que se habían registrado ponían en tela de juicio la validez del proceso electoral. El comunicado invitaba a los que habían obrado de mala fe y nuevamente habían engañado al pueblo a convertirse y reparar el daño e instaban a poner las bases para que los siguientes procesos electorales fueran verdaderamente democráticos con la finalidad de seguir participando activamente en la conformación de una sociedad más justa. En pocas ocasiones la Iglesia se ha pronunciado de manera tan clara y contundente como en esa crisis política.