A la memoria de un luchador
SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE
Por Eduardo Martínez Benavente
Sólo la paranoia del gobierno federal podría explicar la violenta represión que sufrió el movimiento navista. La ocupación militar de la ciudad en 1961 no era retórica, así como el estado de sitio y la cancelación de todas las garantías individuales, a tal grado que el secretario de la Defensa Nacional había ordenado a la comandancia de la 12a. zona militar hacer del conocimiento de los potosinos, como ya se le había notificado personalmente al doctor Nava, que quedaba prohibido hacer uso de las oficinas del comité navista, celebrar mítines o manifestaciones de ninguna naturaleza, o la concentración de personas en las calles; y que serían evitados en cumplimiento de órdenes superiores que el cuartel general haría cumplir en la forma que fuera necesario.
El 15 de septiembre por la noche con motivo del Grito de Independencia hubo una balacera en la Plaza de Armas orquestada por el propio gobierno en la que murieron varios policías y civiles. Se apagaron las luces y nunca se supo cuántos fallecieron. Era una provocación destinada a incriminar al doctor Nava y aterrorizar al movimiento. La represión y encarcelamiento no se hizo esperar. Decenas de navistas fueron perseguidos y golpeados. Nava y algunos de sus seguidores más cercanos fueron enviados al campo militar número uno. El periodista Miguel Ángel Granados Chapa, biógrafo y confidente del doctor Nava, explica en su libro «Nava sí, Zapata no», los probables motivos de la sobrada reacción del gobierno de López Mateos para aplastar al movimiento. Narra que el 10 de septiembre anterior habían sido aprehendidos en la ciudad de México el general Celestino Gasca y el dirigente del Partido Nacionalista de México, Jorge Siegrist, acusados de preparar un levantamiento armado contra el gobierno. El secretario particular de Gasca, Nicolás Araujo, fue señalado como enlace entre el militar y el líder potosino, quien admitió conocer a Araujo, pero solo como paciente. La navista e investigadora Lidia Herrera está a punto de concluir un libro en el que coincide y profundiza sobre el tema.
Tiempo después, el 5 de febrero de 1963 fue nuevamente aprehendido y esta vez torturado en el Charco Verde. Otros de sus colaboradores corrieron con la misma suerte. El movimiento se replegó ante tanta represión. Solo quedaba la lucha armada, y Nava era radical más no violento. 20 años después resurgiría para combatir otro caciquismo, el del gobernador Carlos Jonguitud.
En los últimos meses de 1990, el doctor Nava se encontraba en el Hospital de Nutrición en la ciudad de México, aquejado por el cáncer. Unos meses antes se le había pedido que encabezara de nuevo la lucha y aceptara ser el candidato a gobernador de una amplia coalición de partidos y organizaciones políticas. Desde el Hospital nos pedía que pensáramos en otra persona para la candidatura. Todavía bajo los estragos de la quimioterapia aceptó el reto y se lanzó con todo por el triunfo electoral. En 1991 se formalizó la primera coalición en el país en la que el PRD y PAN, conjuntamente con el PDM postularon a un mismo candidato a la gubernatura del estado. Advertimos de inmediato que nos topábamos con partidos sin infraestructura ni recursos y escasa militancia, por lo que se tuvo que armar una coalición prácticamente de cero.
La aportación más valiosa que hizo el doctor Nava para democratizar la vida política del país fue la ciudadanización de los organismos electorales que buscaba que personas sin vínculos ni intereses con el gobierno y los partidos políticos se hicieran cargo de los procesos electorales. San Luis Potosí fue la primera entidad que le arrebató esa función al gobierno del estado. Cuando el doctor contendió en 1991 por la gubernatura del estado, el secretario general de gobierno era la máxima autoridad del organismo encargado de organizar las elecciones, de designar funcionarios de casilla y otras autoridades, de ordenar y vigilar indirectamente la impresión y distribución de boletas electorales y por si fuera poco, estaba bajo su control el padrón electoral. El partido en el poder disponía libremente de los recursos materiales y económicos del gobierno para que sus candidatos promovieran y compraran el voto ciudadano, sin que nadie lo sancionara.
Eran dueños del balón, de la cancha, del árbitro y de las reglas; y si el PRI reconocía una derrota era porque la habían negociado pues era imprescindible seguir jugando a la democracia. Era desalentador contender bajo estas condiciones: y sin embargo el doctor Nava, que no era ningún ingenuo o novato en estas batallas y que como pocos conocía la perversidad del sistema, aceptó registrarse a sabiendas de la inequidad y trampas con las que se enfrentaría. Quizás con una leve esperanza de que en esa ocasión se respetaría el voto porque el presidente Carlos Salinas se lo había prometido, quien como una medida de cálculo político lo buscaba y procuraba para dar una imagen de apertura democrática, lo que traía muy nerviosos a los priistas. La relación se deterioró cuando Salinas le pide que tenga cuidado con las personas que se le acercan, en clara alusión al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas que era su acérrimo enemigo. El doctor se molesta y le aclara que sabe bien lo que hace. La gente de dinero, que antes lo había seguido, también retira su apoyo a Nava con el pretexto de que la izquierda lo rondaba. Sabía que su sacrificio -por lo menos- movería conciencias para lograr reformas sustanciales.
Las condiciones que ponían en desventaja a la oposición eran insuperables, por eso, en diciembre de 1991, con motivo de las elecciones municipales, el doctor Nava como una estrategia para forzar la reforma electoral instó a los partidos que formaron la coalición a abstenerse de participar. El PAN fue el único que registró candidato en la persona de Mario Leal Campos, cuando unos días antes, como presidente estatal de ese partido había firmado un convenio con los otros representantes de la coalición en el que se comprometía a hacer el gran vacío y no participar. Sólo el 26.1% de los electorales acudió a las urnas. Mediante una turbia negociación en la que intervino Diego Fernández de Ceballos le reconocieron el triunfo al traidor.