¿Vuelta a la izquierda?
Por Eduardo Martínez Benavente
La beatificación de monseñor Oscar Romero, quien fuera arzobispo de San Salvador, asesinado en plena misa por un francotirador a sueldo el 24 de marzo de 1980, mientras consagraba el pan y el vino, tendrá lugar el próximo 23 de mayo en la capilla del Hospital de Nuestra Señora de la Providencia, sitio en el que fue ejecutado. El Romano Pontífice firmó el decreto en el que lo califica como mártir in odium fidei (en odio a la fe), por lo que podrá ser beatificado sin la necesidad de un milagro. El asesino cumplía órdenes de Roberto D’ Aubuisson, comandante de un escuadrón de ultraderecha que acusaba públicamente al prelado de agitador y subversivo.
Este reconocimiento que tiene un claro trasfondo político nos llena de alegría y satisfacción a millones de creyentes y no creyentes -a los que hace 35 años nos conmocionó el magnicidio- porque consideramos que se trata de un acto de justicia con el que Papa Francisco reivindica a aquellos sectores progresistas de la Iglesia Católica que fueron satanizados y valora la opción preferencial y solidaria por los pobres como un instrumento al que tantos le dedicaron lo mejor de sus vidas. Después de varias décadas en las que los grupos más conservadores de la Iglesia se dieron a la tarea de excluir de la jerarquía eclesiástica a los sacerdotes identificados con esta corriente, salvo algunos clérigos que lograron escalar posiciones relevantes como don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca; don Arturo Lona Reyes, conocido como el obispo de los pobres de Tehuantepec; don Samuel Ruíz y don Raúl Vera, obispos de San Cristóbal de las Casas, este último ahora obispo de la diócesis de Saltillo, renace la esperanza de que el grupo de luchadores sociales que sobrevive salgan del aislamiento al que han sido relegados y le den a la Iglesia una orientación de acuerdo al verdadero cristianismo.
De 1977 a 1980, el que ahora es proclamado como San Romero de América dirigió la diócesis de la capital salvadoreña poniendo en peligro su vida en múltiples ocasiones para defender los valores morales de la justicia, la paz y la convivencia en un país en el que la vida y la dignidad poco valían y la mayoría del pueblo sufrían la pobreza y marginación social. Denunció la concentración de la riqueza en manos de unas cuantas familias que mantenían al pueblo en un régimen de esclavitud. Criticó severamente la alianza entre los poderes político, económico y militar, y el apoyo de Estados Unidos a dichos poderes para masacrar al pueblo salvadoreño. Buscó caminos de reconciliación a través de la negociación y de la no violencia activa. Con su testimonio y su estilo de vida anticipó la utopía de otro mundo posible sin violencia ni opresión política, sin desigualdad social ni corrupción, ni explotación económica, ni imperialismo, ni militarismo. El pueblo salvadoreño lo reconoció como santo y mártir desde el mismo día de su asesinato. La Iglesia Anglicana lo incluyó en su santoral y es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster. El Vaticano, sin embargo, tardó 35 años en reconocerlo. Juan Pablo II censuró en reiteradas ocasiones la actuación pastoral de monseñor Romero por considerarla más política que religiosa y porque le hicieron creer que había permitido la infiltración del marxismo en la Iglesia salvadoreña. Es comprensible la actitud del polaco por provenir de un país que había sufrido la opresión y cancelación de todas las libertades, primero con los nazis que invadieron su patria e inmediatamente después con los rusos que implantaron el comunismo. Nadie mejor que él sabía lo que era padecer regímenes totalitarios y bárbaros. Por eso su tenaz oposición a cualquier intento de darle cabida a movimientos de esa naturaleza.
Por otra parte, es muy lamentable que la arquidiócesis de San Luis Potosí pase por uno de los peores momentos de su historia. Las conductas pederastas y de abuso sexual que se imputan a varios de sus miembros han dañado gravemente el prestigio y credibilidad de la institución; y sus dirigentes no han sabido cómo atajar las embestidas. Los arzobispos seguirán siendo víctimas de las críticas e maledicencias mientras no comparezcan ante la Procuraduría General de Justicia a deslindar sus responsabilidades por los casos en que se les involucra como encubridores. No me queda claro si ya fueron citados a declarar. No sé si alguien sepa quién es el autor intelectual y financiero de los espectaculares que ponen y quitan de inmediato en la zona poniente de la ciudad recordándonos las tropelías del ex cura Eduardo Córdoba, que según informes de la PGJE suman ya 19 acusaciones. En las dos últimas publicaciones se denuncia también la presunta responsabilidad de sus superiores por haberlo solapado exhibiendo sus fotografías. La Comisión vaticana para la protección de los menores ha recomendado que aquellos con «cargos de responsabilidad» dentro de la Iglesia respondan de los abusos sexuales a menores cometidos por sus subordinados. Con lo que se intenta luchar contra el encubrimiento de la pederastia en las diócesis.
Hace unos días me revelaba un sacerdote que admiro y respeto que la Iglesia potosina vivía una relación tensa y muy difícil con el gobierno de Fernando Toranzo por los procesos penales que se siguen en contra de los sacerdotes José de Jesús Cruz Rodríguez, ex párroco de Nuestra Señora de Fátima de la colonia 21 de marzo de la capital; y Guillermo Gil Torres, ex párroco del templo de Santa Rosa de Lima de Soledad de Graciano Sánchez, confinados en la cárcel distrital de La Pila. Consideraba que en los dos casos se les había dictado auto de formal prisión sin evidencias sólidas y contundentes por lo que se sentían agraviados. En esa ocasión le reconocía los servicios que presta la Iglesia potosina a través de Caritas y del padre Rubén Pérez Ortiz a miles de migrantes que atienden gratuitamente en la Casa del Migrante, principalmente a jóvenes centroamericanos.