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Jacobo Payán, un peligro para San Luis

Cuarta parte

Eduardo Martínez Benavente

Mayo 31, 2009.

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Las correrías de Jacobo Payán en la política local no siempre han sido muy afortunadas. Jacobo Payán apostaba a que Florencio Salazar lo colocaría en un puesto de primer nivel dentro de su gobierno que le permitiría manejar una buena tajada del presupuesto, en el que estuviera la “feria”, pero cual va siendo su desencanto que la “feria” que le encomendó el gobernador fallido fue la del “Patronato de la Feria Nacional Potosina”, y no la del dinero del estado. Payán soportó la humillación y aceptó la chamba. Sabía que saltar de una posición social de falluquero a funcionario público y respetable hombre de negocios era un enorme logro. Sabía esperar. Sabía medir los tiempos. Estaba tan seguro de sus estrategias y de su capacidad para relacionarse con cualquiera persona, que presumía de su amistad con todos los políticos que se perfilaban como candidatos del PRI a la gubernatura del estado -lo que era cierto- y reconocía que al único que no conocía en ese momento era a Gonzalo Martínez Corbalá, pero apostaba a que si algún día llegaba al poder, antes de quince días estaría desayunando con él en su casa, y se le metería hasta la cocina. Y lo logró.

Durante el gobierno de Leopoldino Ortiz Santos mejoró su suerte. Lo nombró director de Desarrollo Industrial, lo que equivale actualmente a Secretario de Desarrollo Económico, en una época, en la que como ahora, se permitía de todo, desde realizar buenos negocios con los inmuebles de la zona industrial hasta negociar con los subsidios que se otorgaban, pero sobre todo relacionarse con toda clase de servidores públicos. No había oposición ni contrapesos. La transparencia y la rendición de cuentas no se conocían. Sólo los afectados se daban cuenta de lo que ocurría y casi siempre se quedaban callados. Había algunos periodistas que de vez en cuando alzaban la voz y denunciaban con poco eco lo que estaba sucediendo. Fueron los años en que Payán se consolidó económicamente y en los que protegió a los contrabandistas locales que impunemente distribuían su mercancía en una buena parte del territorio nacional. Eran tan evidentes sus intereses que en una ocasión declaró: “es criticable que la intromisión de elementos como los aduanales, venga a romper la armonía de los sectores que ha logrado el gobierno de Leopoldino Ortiz Santos”. (El Sol de San Luís, en su edición del 17 de febrero de 1988). Sin considerar que su función era la de procurar el desarrollo económico del estado y proteger a la industria y comercio de los capos de esa actividad delictiva. El contrabando penetró en todas partes, hasta en la Universidad Autónoma de San Luís Potosí. El despacho contable de Margáin filtró alguna información de la auditoría externa que se le encomendó, en la que reveló que en la tienda de esa institución se vendían artículos contrabandeados. Lejos, muy lejos habían quedado aquellos días en que los banqueros nada querían saber de ese deudor impasible, al que desdeñaban y corrían de sus oficinas. Se había convertido en todo un personaje.

Su incuestionable habilidad para hacer dinero y sus relaciones con la gente en el poder le permitieron adquirir un lote de terreno de 5,833 metros cuadrados en el lugar de mayor plusvalía de la ciudad, propiedad del gobierno del estado. Se trataba de un inmueble que estaba destinado a parque público, denominado “Bosque del Niño”, exactamente en la zona hotelera de la capital, junto a la carretera San Luís Potosí-Querétaro. Era un proyecto que se le había encomendado al Club de Leones para que construyera un área de actividades deportivas y sociales para los niños de San Luís, pero que no lograron concretar por falta de recursos, lo que los obligó a devolverlo a su dueño. Para entonces Payán ya era dueño del motel “La Posada”, que colindaba con ese predio, por lo que se animó a crecer su propiedad y le ofreció a Leopoldino Ortiz la cantidad de 174 millones 990 mil viejos pesos, que pagaría mediante una siniestra operación de compra venta, de tal manera que el metro le salía a 30 mil viejos pesos, cuando su valor comercial o de mercado era de por lo menos el doble. El 23 de diciembre de 1989 apareció publicado en el Periódico Oficial del Estado el decreto 190, en el que el Congreso del Estado autorizaba a enajenar el inmueble a favor de una empresa del funcionario gubernamental, pero ahora, con una considerable rebaja en el precio previamente convenido: quedaba en 20 mil viejos pesos el metro cuadrado. El 3 de julio de ese mismo año se firmaba la escritura de compra venta a favor del Motel La Posada, representado por Jacobo Payán, que simultáneamente se desempeñaba como director de Desarrollo Industrial del gobierno de Leopoldino.

En la administración del ex gobernador Horacio Sánchez Unzueta no le fue tan bien, seguido se lamentaba de que no recibía ningún apoyo económico de su gobierno y amenazaba con dejar a la afición sin el equipo de fútbol. Horacio lo convenció para que contendiera en 1994 en la Convención del PRI por la candidatura de su partido a la presidencia municipal de la capital. Horacio lo utilizó y se pitorreó de si ingenuidad. Manipuló a los priístas para que Fernando Silva Nieto lo derrotara, no obstante que creía que le ganaría fácilmente a cualquiera que compitiera con él.

Son muchas las anécdotas que ha acumulado Payán en su obsesión por hacerse del municipio, una de tantas es la que narra Adriana Ochoa, en la que además lo exhibe como corruptor de periodistas. Ocurrió el 20 de noviembre de 1996, en la comida que se le ofreció al ex gobernador Ortiz Santos, en el rancho de don Agustín Soberón. En la crónica que publico la articulista en “Pulso” el domingo 1 de diciembre de 1996, cuenta que “cuando ya se retiraba la prensa, Jacobo Payán la siguió a grandes zancadas. Pensaron que se le ofrecía alguna acotación a sus declaraciones que había hecho. No fue así. Sacó un fajo que calentaba billetes de a cien pesos, de novecientos fue el cañonazo. Y todavía se disculpó porque no traía más feria”.

 

 

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